¿El mundo se volvió loco?

Estados Unidos, nada menos que la mayor potencia, tiene a los mercados de todo
el mundo conteniendo el aliento mientras lucha contra reloj para evitar el
default. Un escenario inimaginable.

El euro, hasta hace unos años la gran promesa, enfrenta su mayor encrucijada por
la crisis de la deuda soberana, una enfermedad cuyo contagio se extiende
implacablemente de un país a otro a pesar de los desesperados esfuerzos (y
millones de euros de rescate) lanzados por la Unión Europea.

América latina, alguna vez un virtual paria para los inversores, empieza a ser
considerada una región estrella, una isla de estabilidad y refugio.

Noruega, el país del Nobel de la Paz, el paraíso de la tolerancia y el respeto,
acaba de ser sacudida hasta los cimientos por un sangriento doble atentado que
podría cambiar para siempre su imagen. El testimonio de las apacibles calles del
centro de Oslo convertidas en un dantesco escenario más digno de Irak marcará un
antes y un después en un país que parece haber perdido la inocencia. También
para una Europa que de la noche a la mañana se descubrió vulnerable, no al
terrorismo islámico sino al de extrema derecha.

Rupert Murdoch, para muchos el hombre más poderoso de las últimas décadas en
Gran Bretaña, cortejado y temido tanto por políticos como por celebridades, se
ve obligado a pedir perdón y a mostrarse "humillado" ante el Parlamento en
Londres por un escándalo de espionaje que amenaza con socavar a todo su imperio.

¿El mundo se volvió loco? ¿Cómo explicar a cualquier desprevenido los titulares
de los diarios de las últimas semanas? Difícil, muy difícil. Y es sólo el
comienzo. Todo lo impensado pasó -y está pasando- en este sorprendente 2011.

Arrancó con una fuerza demoledora, por una catástrofe que dejó al mundo mirando
hacia Oriente con pavor. Fueron imágenes de esas que quedan marcadas a fuego en
la memoria colectiva; hechos que marcan a toda una generación. Japón, el país
más preparado del mundo para soportar un terremoto, la potencia tecnológica por
excelencia, quedó de rodillas y vulnerable ante la fuerza demoledora de la
naturaleza, un triple golpe que desnudó todas sus fragilidades. Terremoto,
tsunami y una catástrofe nuclear cuyas consecuencias aún no se terminan de ver
por completo. En Japón y en el resto del planeta.

El mundo árabe, donde los dictadores se pasaban décadas y décadas confiados en
que seguirían firmes en sus tronos, eligiendo a sus hijos como sucesores, se vio
sacudido por un terremoto, pero de otras características: una inesperada brisa
democrática que se convirtió en huracán terminó por barrer a líderes
autoritarios desde Túnez hasta Egipto. La indignación popular y la furia contra
la vieja guardia, encabezada por jóvenes e impulsadas por las redes sociales, se
propagó a países como Libia, Yemen, Siria e incluso Arabia Saudita.

Pero la indignación de los jóvenes no se limitó al mundo árabe. También los
líderes europeos, desde José Luis Rodríguez Zapatero hasta David Cameron,
pasando por Nicolas Sarkozy y Silvio Berlusconi, se convirtieron en blanco de la
furia de una nueva y heterogénea masa de disconformes, de un "que se vayan
todos" similar al que se vivió en la Argentina hace una década, y que también
parecía inimaginable en las estables democracias europeas. ¿El sonido de las
cacerolas retumbando en las calles de Madrid, Atenas y Roma? Increíble.

Osama ben Laden, el hombre de las mil fugas, el terrorista más buscado y temido
del mundo, cayó abatido en una casa en Abbottabad, cerca de la capital de
Paquistán. Se suponía que estaba en alguna remota cueva de las montañas de
Afganistán, o incluso que ya había muerto hace años. Pero se escondía a plena
luz del día en una ciudad de 500.000 habitantes, y a pocos metros de una
academia militar. Quién lo hubiera sospechado.

Dominique Strauss-Kahn, el hombre al frente de la institución más poderosa del
mundo, firme candidato a ser el próximo presidente de Francia, termina esposado
ante un tribunal en Nueva York, acusado de agresión sexual. Y nada menos que por
una mucama negra, madre soltera e inmigrante de bajos recursos. Una lucha de
David contra Goliat.

Misterio en Venezuela

El omnipresente Hugo Chávez, el de las interminables diatribas por televisión,
el de los insistentes mensajes por Twitter, el de las intromisiones en los
asuntos de toda la región (y más allá), repentina y misteriosamente enmudeció.
Fue noticia en todo el mundo por su ausencia. Unos 20 largos días en los que el
misterio y el silencio desconcertaron a Venezuela, hasta que el propio Chávez
admitió, desde Cuba, que está batallando contra un cáncer que lo forzó incluso a
delegar poderes.

Son todas imágenes inconcebibles. Algunas pueden pasar a la historia como
simples pies de página, poco más que anécdotas. Otras no. Pero todas nos dicen
algo sobre cada uno de nosotros. Nos obligan a una profunda reflexión: no
importa si se trata de un dictador árabe, de Strauss-Kahn o de Murdoch. No
importa si vivimos en Estados Unidos, en Japón, en Noruega o en Paquistán. No
importa si se trata de la furia de la naturaleza, de la presión de los
"indignados" en las calles, de los jóvenes ávidos de democracia, de un escándalo
de sexo o espionaje, o de la propia salud de uno. Todos somos vulnerables; es un
poderoso llamado de atención que no podemos ignorar.

¿Qué más se le puede pedir a 2011? Todavía queda medio año por delante. Da miedo
hasta imaginarlo